viernes, 27 de agosto de 2010

La última frontera

El Dictador sonrió torvamente. En su rostro duro, marcado por las experiencias vividas, se leía la certeza de la victoria. La batalla en la que se decidiría el destino del planeta comenzaba ya. Erguido sobre la cima de un monte, admiró la perfecta disciplina de sus tropas, estoicas, mirimidónicas, capaces de hacer lo imposible por lograr la victoria. En el otro bando, pudo ver las filas ardientes del ejército rebelde, una alianza de todos los últimos países libres del mundo, para luchar contra el poder absoluto que buscaba poseer el Dictador.
Se hizo un silencio sepulcral por parte de ambos bandos. Sólo esperaban el gesto de su mano. Un gesto suyo, que desencadenaría la última batalla y decidiría el destino de la Tierra entera.
El Dictador hizo el temido gesto.
La batalla fue terrible. Las terribles armas arrancaban alaridos y segaban vidas sin cesar. Las tropas dictatoriales, mercenarios contratados para luchar por el Dictador, trabajando con la armonía y perfección de un solo hombre, acababan profesionalmente con sus enemigos, dejando tras sí sólo cuerpos muertos.
Todo parecía perdido para los rebeldes. Sólo un milagro podía salvarlos de caer en manos de sus enemigos. Y ese milagro no se produjo.
Fueron vencidos y aplastados por el ejército de ese hombre que, por fin, había logrado conquistar el mundo entero. Los mercenarios, alegres, celebraban y se repartían el botín obtenido. El mundo era ya por completo del Dictador. Ya no había fronteras que conquistar.

El Dictador, soberano absoluto de la Tierra y de todo lo que había en ella, paseaba tranquilamente entre las delicadas plantas que decoraban los jardines del palacio imperial. Se sentía aburrido. Ya no había nadie más contra quien luchar. Los países vencidos durante la guerra, tan problemáticos en otros tiempos, habíanse tranquilizado ya. No había nada más que conquistar.

Nada.

Nada, excepto las mentes de los seres humanos, pensó. Debía ser algo más que un Dictador Mundial. Algo mayor.
El Dictador miró hacia arriba, al cielo azul que ya empezaba a oscurecer, y, ambicioso, dijo con voz dura:
-La última frontera.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Determinación


Un hombre de determinada edad, vestido de determinada forma sale de un determinado lugar a una determinada hora. Se dirige hacia un determinado lugar que se encuentra a determinada distancia, por lo tanto decide tomar un ómnibus de una determinada línea. Luego de esperar durante un determinado tiempo, impaciente, opta por tomar a un taxi que pasa a una determinada distancia. Luego de abordarlo, le indica al chofer su lugar de destino. Al llegar, el hombre paga al taxista una determinada cantidad de dinero, para luego bajarse, cerrando la puerta con determinada fuerza. Camina una determinada cantidad de pasos hasta el lugar al que se dirige. Adentro, ocupada en determinados asuntos, hay una determinada cantidad de personas.
El hombre abre la puerta del lugar, se acerca a una determinada persona de determinada edad, vestida de una determinada forma, saca un arma de determinado calibre de un determinado bolsillo y susurra con determinada voz:
No se intente nada, que le estoy apuntando.
El otro hombre, sorprendido durante un instante, recobra la sangre fría de inmediato. Responde, con determinada actitud:
Ah, es usted. Llega tarde.
Con determinado movimiento, desliza su mano hasta un determinado lugar, y extrae furtivamente un arma.
Suena un disparo.

Un hombre vivo, otro muerto. Nunca sabremos quién es el que murió, si el que llegó al lugar, o el otro. Pero descuide, son dos hombres desconocidos, de quienes no conocemos ni aún sus rasgos. Usted es libre de decidir si el hombre bueno mató al hombre malo, si el hombre malo mató al bueno, o tal vez una mano gris, sosteniendo determinada arma, cometió un crimen de naturaleza indeterminada.

martes, 3 de agosto de 2010

Libertad cívica


La administración del Universo es una cuestión sencilla.
En el Infierno, como en toda institución financiera, el capital es importante. Todas las almas condenadas son contadas como efectivo por los cajeros demoníacos, y, a fines de mes, los demonios, según su rango en la jerarquía demoníaca, reciben su paga. Ésta consiste en un porcentaje de dinero infernal por cada alma que ayudó a corromper el demonio en la tierra. Mientras más almas ha enviado al infierno el demonio ese mes, más dinero recibe. Los informes son registrados por el Ministerio de Trabajo Infernal. El dinero es usado por el demonio para procurarse todo lo necesario en su infernal obra. Me refiero a cera para cuernos, alimento para demonio, y todo lo que un demonio respetable necesita. Sencillo, pulcro. Es un sistema fantástico. Y viene funcionando igual de bien desde siempre.
En el Paraíso, más arriba, las cosas no son muy distintas.
El ángel promedio, sin descartar tampoco a los querubines, serafines y otros seres angelicales, recibe un porcentaje en dinero celestial por cada alma que ayudó a llevar al Paraíso. Los informes, aportes de cada ángel y demás son monitoreados y regulados por el Ministerio del Trabajo Celestial. El dinero sirve a los ángeles para procurarse todo lo necesario para su bienestar, como jabón para alas, aureolas y cosas semejantes. Es un buen sistema. Mantiene a todos felices.

De vez en cuando (no sabemos cuánto sería en tiempo humano), en el Universo se hacen elecciones. En ellas se elige al próximo gobernante universal. Desde siempre se han postulado dos partidos rivales. Por un lado, se encuentra el Partido Celestialista, y por el otro lado, la Unión Cívica Infernal. Sus líderes son, como es de esperarse, Dios y Satanás, respectivamente.
Hasta hoy, el gobierno universal ha estado en manos de Dios, pero nunca se sabe quién será el próximo.

Es preciso para el votante humano el saber lo necesario para un voto justo. Así, puede hacer pleno uso de sus libertades y derechos cívicos. Para empezar, hay que anunciar que el Infierno existe. Sin embargo, no es un lugar de tormento, un río de fuego donde los humanos se queman en medio de gritos. Tampoco hace demasiado calor. El Infierno es un lugar como cualquier otro. Sin sufrimiento, por supuesto. Es una ciudad grande y bien iluminada, subterránea, donde los demonios retirados y almas condenadas pasan sus días, durmiendo, comiendo, jugando, etc. En definitiva, hacen todo lo que un ciudadano en una ciudad hace. Y Satanás es el alcalde de esta hermosa ciudad.
El Paraíso, por su parte, es una ciudad similar pero un poco menos divertida. Patios. Casas. Edificios de departamentos. Sin arpas ni aureolas, excepto, claro, las de los ángeles. Allí, los ángeles retirados y las almas redimidas hacen lo que haría cualquiera en cualquier ciudad. Comen, duermen, van a trabajar, etc. Esta ciudad tiene como alcalde a Dios.

Como vemos, ambas ciudades son casi iguales. Entonces, ¿Por qué tenemos la visión de un Infierno tormentoso y un Paraíso apacible? La respuesta es sencilla: propaganda Celestial. Estos últimos milenios, el Partido Celestialista ha venido haciendo proselitismo entre los humanos. Enalteciendo su propia imagen y haciendo mala fama al partido opositor, ha hecho uso indebido de los fondos públicos, a fin de ser reelegido para el próximo período.

Ahora bien, ¿Usted votaría a alguien que ha cometido semejante acto de deslealtad política?

Mañana es día de elecciones universales.
Piense antes de votar. Contamos con usted.
Afectuosamente,

Unión Cívica Infernal