jueves, 1 de diciembre de 2011

Serás lo que debas ser... o serás como los otros

O tempora! O mores!
-Cicerón
Galatea. Ese era el nombre que había tomado forma en su cabeza, mientras limpiaba las imperfecciones marmóreas de sus pétreos cabellos.
Galatea. El nombre reflotaba en su conciencia en las largas y silenciosas horas de trabajo laborioso. En las largas noches en vela que en vano trataba de acortar mediante la lectura o la práctica del láud.
Galatea. Ése sería su nombre. El nombre de la mujer perfecta, la hembra por antonomasia.
Emocionado, trabajó día y noche durante meses, a fin de terminarla. Esculpía impaciente, conciente de que cada cincelada lo acercaba más al fin de su labor, a la génesis de la nívea doncella atrapada entre moles de mármol.
La terminó, por fin, y el golpe de ese último fragmento imperfecto de mármol que se desprendía lo llenó de emociones encontradas.
Pigmalión se enderezó. Su espalda le dolía luego de horas de permanecer en posturas incómodas.

Contempló la escultura. Un pensamiento cruzó por su cabeza. La conciencia irrefutable de que Galatea siempre sería una estatua, un trozo de roca sin vida, una caricatura de un ideal que no pudo encontrar, y seguramente no encontraría jamás. No sería Galatea. No sería nada. Sólo otra estatua para decorar pasillos y galerías, mientras acumulaba polvo de ocio.

Pigmalión suspiró. Dio la espalda a la estatua, y se dispuso a retirarse.
Sintió una mano que tocaba la suya. Esa mano tan familiar en la que había trabajado durante ocho meses. Esa mano que él había tallado con las suyas. Pero no era mármol ya. Era blanda y tierna piel. ¿Había la estatua tomado su mano?
Se volvió sorprendido hacia la escultura que había creado.

-¡Galatea!- exclamó Pigmalión casi sin aliento.
-Pigmalión -respondió suavemente la estatua- Los dioses me han dado vida.
-Serás mi esposa, ahora, oh anhelada Galatea.
-Para nada. No me interesan los cuarentones que se la pasan practicando pasatiempos. -contestó Galatea- Dame plata para ir al boliche.

1 comentario:

  1. Una forma excelente de aplastar sin piedad a la literatura clasica, a los amores idilicos, la pasion espiritual, etc. He hizo acordar a la obra de H.H.Munro. El mismo humor acido, irreverente y cargado de desengaño. Muy bueno, Karamazov.

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