jueves, 20 de octubre de 2011

Alá lo ha querido

El hombre había tenido un sueño, una de esas epifanías oníricas. En él, se le revelaba la hora de su muerte. Miró a su alrededor, y supo que moriría exactamente a las quince y veintidós. El despertador sobre la mesita de luz que había visto en el sueño había sido terriblemente claro. No sabía el día, el mes, el año ni la forma en la que moriría, pero sabía que el sueño había profetizado su destino.
Tomó toda clase de precauciones para prevenir su muerte; todos los días se encerraba en el armario a las quince y doce, y salía recién a las quince y treinta y dos, luego de haberse pasado veinte minutos sudando y temiendo por su vida, calculando todas las formas posibles en las que la muerte podría alcanzarlo, y los medios para evitarla.
Murió por fin, treinta y ocho años después, anciano, calvo y reseco por la edad. Murió de viejo. A las seis y cuarto de la tarde, mientras dormía.

¿Burló el hombre su destino? Quizás sí. O tal vez no se percató de que alguien, en el sueño, había olvidado darle cuerda al despertador que había sobre su mesita de luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario