sábado, 10 de diciembre de 2011

Tarjetas y fantasmas

Como venían profetizando desde hacía décadas los visionarios de la tecnología, llegó un momento en que el dinero plástico reemplazó al dinero físico. En reemplazo de las arcaicas monedas y los vetustos billetes, a cada ciudadano se le entregó una pequeña tarjeta de color verde iridiscente, que representaba, que contenía, todos los bienes monetarios que tuviese en el momento. Como una de esas antiguas tarjetas de crédito, pero mejorada.
¿Necesitaba cargar combustible? Deslice la tarjeta por el lector. Un bip y listo. ¿Comprar víveres? Otro bip. La vida solucionada. El billete y la milenaria moneda desaparecieron sin que nadie las extrañase, ni volviera a hablar de ellos.

Fue entonces cuando comenzaron a ocurrir los fenómenos. Empezaron como las típicas historias de aparecidos que suelen contarse alrededor de un fogón, una noche de campamento. Platos que se rompían repentinamente, sábanas que cobraban vida, espectros de gente muerta que de pronto aparecía reflejada en algún espejo. Cosas por el estilo.
Luego, las cosas empeoraron. La gente muerta dejó de aparecer repentinamente en los espejos, para empezar a proyectarse casi diariamente, en todas las superficies pulidas de casi todo el mundo. Los platos de cerámica se rompían tanto, que se volvieron obsoletos y fueron reemplazados por durables platos de acero o aluminio, que hacían por las noches unos ruidos ensordecedores al ser sacudidos y estrellados por los espíritus.
Las sábanas también se llevaron su parte. Los fantasmas parecían preferirlas para sus jugarretas hectoplasmáticas más que a ninguna otra cosa. Al no encontrar solución aparente, la gente procuró comprar grandes cantidades de sábanas, para así reemplazar las que eran robadas o sustraídas por los fantasmas. Esto pareció funcionar al principio, pero cuando la actividad espectral aumentó aún más, no hubo cantidad de sábanas que alcanzara. Los científicos desarrollaron, entonces, métodos alternativos de cobijarse durante el sueño (para todos aquellos que pudiesen conciliarlo a pesar del ruido de los platos). Así, idearon una especie de bolsas de dormir que se tendían sobre la cama, y que luego se plegaban y guardaban. Eso solucionó definitivamente el problema de las sábanas.

La cantidad de fantasmas, espíritus y espectros aumentó. En un momento, un grupo de científicos buscó una forma de erradicar a estos seres, pero les fue radicalmente imposible. Los fantasmas parecían inmunes a los tradicionales métodos de captura de seres sobrenaturales. El agua bendita les causaba el mismo efecto que el agua corriente; los crucifijos tenían el mismo efecto que una mazorca de maíz. Estos artefactos parecían más bien despertar el interés y la curiosidad de los fantasmas, en vez de eliminarlos. Hastiados, los científicos desistieron en sus tentativas y decidieron fundar una empresa publicitaria, la cual tuvo un considerable éxito.

Y así, a medida que los seres humanos morían, más fantasmas aparecían, como era natural.
Nadie recordaba esas obsoletas monedas, abandonadas cruelmente tanto tiempo atrás.

Es una pena que Caronte no aceptara tarjetas.




Nota:
Caronte era el encargado, en el Inframundo y posteriormente en el infierno de Dante, de cruzar las almas de los muertos a través del río Estige, pidiendo a cambio una paga de dos monedas.

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