jueves, 27 de mayo de 2010

Describirse

El muchacho escribe sobre su desgastado escritorio de roble antiguo. Escribe la historia de un hombre. Su personaje, un hombre inteligente, sagaz, astuto y fuerte, es capaz de salir indemne de cualquier situación. Lucha contra el mal, ayudando a la policía a atrapar malhechores. Hoy, luego de ingeniosos y deductivos procedimientos, combinados con una gran destreza en el manejo de las armas de fuego, ha atrapado a dos ladrones de banco. Con calma, los lleva, atados, a la comisaría. Entra en el descascarado edificio, donde el corpulento comisario escribe algo en un cuaderno amarillento, el cual guarda con prontitud en un cajón de su despacho. Encierra a los ladrones. El relato termina.
El comisario escribe. Escribe una historia de amor. Describe situaciones que dejó de experimentar hace tiempo. Tal vez, en el papel plasma sentimientos que nunca se atrevió a demostrar. Los protagonistas, una pareja de adolescentes, son personajes problemáticos. Situaciones trilladas. Frases de cajón. En su relato, el enamorado, en sus noches de vela triste, vuelca sus penas en su diario. Deja una página al final del mismo para escribir algo, una idea que ha venido asaltando su mente desde hace tiempo, como un bandido en el páramo desierto. La historia continúa. Las cosas terminan bien para ambos jóvenes. Más situaciones trilladas. El sufrido joven y la bella muchacha finalmente se casan y tienen hijos. Su historia finaliza.
El enamorado escribe en la última página de su diario. Desearía, ardientemente, ser más fuerte, más desenvuelto. Decide que el personaje de su historia será un espía. Se dedica a obtener información para su gobierno en un país que le es ajeno. Está dudoso. Duda sobre la ética de su labor. Duda que el país para el que trabaja, el país que le enseñaron a amar, sea el que tiene la razón. A pesar de sus dudas, presenta sus informes secretos todos los días, evitando siempre, con habilidad, el ser descubierto. Un día, finalmente, se descuida. Las cosas se salen de control. Es descubierto y atrapado. En una sórdida prisión, es torturado para hacerlo hablar, delatar a sus compañeros, pero él no cede. Es, ante todo, un hombre con lealtad. Leal a su país, a pesar de que éste lo haya abandonado. En los largos días en su celda, toma un trozo de papel y se dispone a escribir un último párrafo, a fin de que pueda quedar algo de él luego de su inexorable muerte. Finalmente, días más tarde, es condenado a muerte. Con una mirada torva, ve salir el sol de su último amanecer. Nadie se preocupa ya por él. Respira hondo, y se prepara para lo que viene, con la frente en alto. La historia termina.
El espía escribe en su fría y sórdida celda. Está cansado de su vida de peligros y aventuras. Desea relatar una historia. Una historia sin aventuras, engaños ni traiciones. Toma un sucio papel, perdido en los oscuros y húmedos rincones de su sucia celda. Escribe la historia de un simple muchacho, un muchacho quien, sobre su desgastado escritorio de roble antiguo, escribe la historia de un hombre.

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