lunes, 17 de mayo de 2010

Asalto

Pestañeó nerviosamente. En ese momento lo notó. Se la habían robado. Fue él. Sí, definitivamente ha sido él -pensó con amargura- La forma en la que me miraba, la forma en que observaba mi actitud, todo apunta a ello. La quería para él. Sólo esperaba hasta el momento en el que me la quitaría, final e irrevocablemente. Ese ladrón, un vil ladrón. Ah, pero ya verá; lo perseguiré hasta el fin del mundo si es necesario. Se la arrancaré de las manos. Sólo entonces seré feliz. Siempre la tendré conmigo. Jamás volveré a cometer el estúpido error de prestársela. Quién iba a saberlo. El que consideraba mi mejor compañero no resultó ser más que un sinvergüenza.
Así pensó, y se levantó. Se estiró y desentumeció los músculos. A lo lejos, se acercaba el responsable de su desdicha. Parecía despreocupado y distraído. Seguramente no sospechaba los planes de venganza del otro, que entrechocaba los dientes de ira.
Se acercó.
Se lanzó hacia el ladrón con una resolución ciega y encolerizada, como un relámpago. El otro, sorprendido, intentó esquivarlo y correr, pero no tuvo tiempo. Se desencadenó una lucha titánica; uno de ellos aferrándose con todas sus fuerzas al objeto robado, y el otro intentando arrebatarle lo que era legítimamente suyo.
La lucha terminó. La victoria fue para el legítimo dueño. Se dirigió a un lugar cómodo para disfrutar de un bien merecido descanso, en compañía de ese objeto apreciado. Se sentía vibrante de felicidad.

El niño entró en la cocina, donde su madre cortaba vegetales para echarlos en la olla de la sopa.
El perro me quitó mi pelota. –dijo sollozando.

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