domingo, 1 de mayo de 2011

En tácito

La habitación llena de gente acentuaba el apremio. Debía hacérselo saber. Debía hallar la forma de decírselo antes de que uno de ambos saliese de la habitación. La necesidad era apremiante.
Los temas vagaron por derroteros recónditos. Ni una alusión se hizo al tema vital. Las miradas, intangibles, se cruzaban sin tocarse. Sin embargo, la urgente necesidad de comunicarle aquel mensaje bullía en su mente, entorpeciendo su conversación, y convirtiéndola en una monótona sucesión de monosílabos.
La hora se acercaba. La hora en que alguno de los dos debería irse. No sabía a qué hora sucedería, pero temía que fuese pronto. Debía decírselo de inmediato, rápida y concisamente, pensó, con la mirada fija, mientras le veía ponerse el abrigo, despedirse de todos y salir por la puerta. Esa puerta que daba a la calle. Miró atrás y rozó casualmente su mirada con la suya, antes de salir y perderse para siempre.
Se despabiló. Corrió desenfrenadamente hacia la puerta, que se había cerrado hacía unos instantes, y la abrió. Afuera, la tranquila y vacía calle nocturna le miró con curiosidad. Suspiró. Poco importaba que hubiera salido hacía treinta segundos, o hacía un siglo; uno de los dos ya había abandonado el cuarto.

La noche estaba perdida.

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