miércoles, 16 de junio de 2010

Empresa

Era un largo día de trabajo, en la agotadora eternidad de los días sentado detrás de su escritorio. Otro día que parecía no acabar nunca, dentro de esa sedosa, blanca y aburrida oficina, de cuyos estantes sobresalían una multitud de trofeos de sus sin duda innumerables triunfos. El gerente estaba hastiado. Cansado de los días que no tenían fin, de no tener un superior a quien rendirle cuentas, de un futuro conocido y predecible, de sentirse siempre invencible, de saber que su poder no tenía fin. Tuvo deseos de inventar algo nuevo, algo que nadie inventaría jamás.
Uno de sus empleados tocó con el puño en el vidrio transparente de la puerta de su despacho. Él lo conocía, así como conocía a todos sus subordinados por nombre, apellido y fecha de ingreso. Los asuntos del empleado eran tan poco interesantes, tan insignificantes, que el gerente ni siquiera tuvo que pensar para darle una solución, sino que lo resolvió sin dejar de pensar en la nueva idea que había tenido.
La idea que maduraba poco a poco en su mente era una idea novedosa. Un destello de luz de su mente genial. Algo que daría una nueva meta a su empresa. Se dispuso a llevar su proyecto a cabo, cuando fue interrumpido nuevamente. Era otro empleado, uno muy servil, quien venía a molestarlo con sus problemas banales. Los solucionó rápidamente, y el empleado se marchó, con una sonrisa aduladora y envidiosa en los labios. El gerente pensó que ese empleado, en el futuro, podría fundar su propia empresa, la cual competiría con la suya por el monopolio del mercado. Pero eso sería más adelante, pensó. Ahora daría curso y forma a su idea. Crearía algo novedoso, genial, sublime. Sólo restaba llevar su idea a cabo.
Fue así como el gran gerente se concentró, se aclaró la garganta y dijo, con una voz grave y majestuosa:
“Que se haga la luz”
Y la luz se hizo.
Y vieron todos que la luz era buena.
Ya lo sé. -dijo él.

2 comentarios:

  1. Acaso Karamazov por la obra sublime de Dostoievski?

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  2. Claro que sí, por Fiodor Pavlovich Karamazov, el viejo más pícaro de todas las rusias...

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