miércoles, 22 de septiembre de 2010

Forma de hongo

Una de las formas de vida más baja del planeta se encontraba acurrucada bajo una roca gris, bajo una alcantarilla en un callejón de la populosa ciudad. Sacudió sus alas rojizas, que ya no usaba para volar, para quitarles algo de pelusa. Luego, con paso rápido y precipitado, como la marcha de un ejército invasor, se dirigió, a través de un oxidado tubo, hacia la superficie. Sus tres pares de patas con garfios en sus extremos se aferraron fácilmente a la rugosa textura del cilindro.
Asomándose a través de la verja que lo separaba de los gigantescos automóviles que transitaban, el insecto palpó con sus largas y finas antenas. A pesar de la molesta luz, se arrastró afuera, levantando el abdomen para pasar por sobre una colilla de cigarrillo.
Los peligrosos zapatos de los innumerables transeúntes (poca cantidad, en relación a la inmensa población de sus congéneres artrópodos), representaban una fuerte amenaza para la integridad física del insecto. Sin embargo, pudo atravesar la columna de humanos marchando sin ser aplastado.
Ya acostumbrados sus ojos a la hiriente luz del día, fue capaz de mirar al horizonte.
Entonces lo vio. Un débil destello de luz, y luego una enorme nube con forma de hongo apareció a algunos kilómetros. Los humanos, sin saber dónde esconderse, corrían en todas direcciones, despavoridos.

La cucaracha agitó las antenas. Luego se escondió de nuevo bajo la alcantarilla. De haber tenido labios, una sonrisa habría cruzado su rostro.
Era una suerte que sólo ella pudiese soportar la radiación.

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