jueves, 9 de septiembre de 2010

Nueva Política

Luego de unas cortas vacaciones de dos mil quinientos años, el dios de la política volvió al trabajo. Para retomar su gestión, decidió dar un paseo por el mundo. Como uno esperaría de tal sujeto, tomó la forma de un simpático y obeso calvo, con gafas sin marco, rostro sonrosado y un maletín en la mano. En definitiva, un tipo agradable, la clase de persona con la cual se puede conversar en la fila del banco, sin miedo de que vaya a asaltarle o venderle un seguro.
El Panteón, organización divina a cargo de la regulación de asuntos de dioses y hombres, estaba, como de costumbre, escasa de fondos (hay que considerar que hay un dios para cada aspecto de nuestras vidas, es decir, para el pan, el vino, las computadoras, la política, la economía, la limpieza, entre muchos otros, así que el presupuesto no alcanza para todos), así que sólo pudo conseguirle al dios de la política asientos de tercera clase en el tren a la Tierra.
El tren estaba en malas condiciones. Había pocos pasajeros, de los cuales la mayoría eran inspectores de otros departamentos divinos, enviados a gestionar algún asunto sin importancia. Luego de un viaje de duración desconocida, o mejor dicho, atemporal, el dios llegó por fin al planeta. Se estiró, recogió su maleta y su abrigo de cuero, y bajó del tren. Éste siguió su marcha, dejando tras sí una nube de polvo que hizo toser al dios, poco acostumbrado a ese cuerpo humano, tan incómodo y rechoncho.
Como había olvidado crear también un automóvil para desplazarse, el dios debió hacer el largo camino a pie hasta una ciudad cercana. Como era de esperarse, llegó cansadísimo y sediento. Se detuvo a comprar algún refresco en un restaurante barato.
El mozo que lo atendió, un hombre de mediana edad y cabello entrecano, al ver que era el único cliente en el local, le preguntó, amablemente, luego de traerle el refresco, si quería ver, en el televisor adosado a la pared, el partido de fútbol local, o el noticiero. El dios eligió, obviamente, el noticiero.
El programa, un noticiero local, exponía noticias acerca de política. El dios, interesado, pidió al mozo si podía subirle el volumen. Éste, al ver que se interesaba por la política, comenzó una charla con él, acerca del mismo tema, la cual continuó hasta bien entrada la tarde, cuando el dios recordó que el tren de regreso salía en una hora, y si no lo tomaba, debería esperar al otro día para volver a su despacho. Así, pues, se despidió del mozo, y emprendió el viaje de regreso.
Una vez en su despacho, el dios de la política tomó un papel y escribió rápidamente un párrafo, el cual firmó a continuación.
Llevó el escrito a la sede principal del Panteón. Era un edificio cuadrado y gris, típica arquitectura divina. Las puertas eran de láminas de vidrio transparente. Formó fila hasta que lo atendieron por ventanilla. El dios entregó el papel y presentó su renuncia.
¿Causas? –preguntó la empleada que lo atendía.
–Ya no hay política en la Tierra- dijo. –Sólo hay corrupción.

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